lunes, 28 de mayo de 2007

Después de los 30...

Pues aquí estoy, cumplidos los treinta, con mis meditaciones de PC.

Cumplir los treinta, para muchas personas, es dejarse absorber por todo lo que a uno no le gusta. Creo que yo también me estoy dejando absorber por muchas cosas que no me gustan, así que voy a dejar aquí bien claro lo que no me gusta, para que no se me olvide luchar contra ello.

No me gusta pagar tres pisos y vivir en uno. Y además no muy grande. Preferiría pagar el alquiler de un solo piso y mudarme según mis necesidades de espacio, de cercanía al trabajo o a cualquier otro sitio, o de tranquilidad.

No me gusta casarme. No me gusta firmar un contrato que exprese de qué manera voy a separarme. Preferiría vivir con mi compañero mientras los dos queramos ser compañeros, y cuando decidamos, o uno de los dos decida, romper la sociedad, quedarse cada uno con lo que sabe que es suyo, aunque le guste más lo que se lleva el otro.

Tampoco me gusta tener que demostrar nada a toda la gente que viene a la boda. No me gusta pensar en lo que les va a parecer cutre o poco original. Me gustaría que las personas que vengan a mi boda vengan porque quieren venir, y que vendrían igual si les pusiéramos una manta en el suelo y les diéramos tortilla. Me gustaría que nadie, a estas alturas, juzgara lo que se quieren dos personas por lo llenos que se queden después de la comilona, o por las copas que les dé tiempo a tomarse. Sobre todo cuando todo el mundo está pagando tres pisos y viviendo sólo en uno, cuando un banquete de boda sale el doble de caro que una cena de empresa, aunque se coma lo mismo, y cuando por decir que te vas a casar te sacan dinero por todo.

No me gusta vivir con alguien y sentirme sola. No me gusta irme a dormir con alguien que se dé la vuelta y se duerma. Me gusta hablar hasta que me entra sueño, hacer planes en la cama, relajada un rato antes de dormirme. No me gustan las vidas que consisten en compartir el espacio pero no el tiempo. No me gustan las vidas en las que se comparte el tiempo y no el alma.

No me gusta amarrarme a la costumbre. No me gusta sentirme mal si alguien que no es mi pareja me atrae. No soy ciega, sigo viendo y oliendo a otras personas. Sigo oyendo opiniones que me hacen cambiar la mía, sigo admirando cualidades que yo no tengo. Eso no significa que no quiera tener un compañero. Tampoco significa que no quiera ser fiel. Ser fiel o infiel no debe ser algo planeado. Debe consistir en una suma de momentos en los que se sabe pensar en otra cosa a tiempo, en los que se sabe admirar a alguien desde una cierta distancia. Y en saber decir adiós en el momento apropiado. No pienso que se pueda elegir a los 20 ó los 30 un compañero para toda la vida. Hay que seguir eligiéndolo cada día, si no, es un despropósito. ¿Cómo se puede saber lo que se va a necesitar dentro de 10 años? y aunque se supiera, ¿cómo se puede saber si la otra persona podrá darlo dentro de tanto tiempo?

No me gusta no tener espacio para mí. Siempre hay que tener algo propio y privado, aunque sea una tontada. Necesito ese rincón imperturbable donde poder pensar. O cantar. O llorar. Vivir con alguien no debe significar nunca renunciar a eso.

No me gusta tener hijos y dejarlos a su suerte todos los días. Depender de que otros los limpien, los enseñen, los cuiden y los quieran, y llegar a casa cuando ya estén dormidos. ¿No valdría más tener menos cosas y estar más tiempo con ellos? ¿no valdría más no tenerlos? A nadie le gusta pensar que cría pequeños delincuentes insufribles. Pero hoy casi todos los niños pequeños son insufribles. Y casi todos los niños mayores son delincuentes. Todo se hace por ellos, en teoría, y se les deja sin lo que más necesitan: a sus padres.

No me gusta la vida a la que nos empuja todo. No me gusta que la gente que está en la misma situación que yo y ya se ha resignado me intente convencer de que transforme mi vida en una mentira también. Yo no les pido que transformen su vida en una verdad.

No me gustan las hipocresías. No me gusta que me juzguen si no quiero a un pariente. No me gusta que, cuando se es joven, no se pueda opinar sobre lo que hacen mal los que son más viejos. No hacerlo no te garantiza que nadie opine mal de ti cuando tú seas viejo.

No me gustan las señales de duelo. No me gustan los velatorios, ningún tipo de enterramiento me gusta. No me gusta que cuando alguien muere, los que quedan necesiten gastar tanto dinero para recordarlo. No me gusta que nadie gaste ese tipo de dinero en mí. El que no se acuerde de mí, será que tampoco se acordaba mucho de todas formas. No me gusta llevar flores a los muertos, y dejarlas en un sitio donde nadie las ve, y menos que nadie, los muertos, para que se marchiten y se sequen sin que nadie las disfrute.

No me gusta que me mientan. Me gusta la gente que tiene el cuajo de decir algo que sabe que no me va a gustar. Me gusta que sepan por qué hacen algo que me disgusta. La gente que no sabe por qué hace las cosas es la más dañina que existe en el mundo. Prefiero a la gente que no dice nada a la gente que miente.

No me gusta la ñoñería, el melodrama, el teatro de aficionado. No me gusta que la gente pretenda sentir más de lo que siente. Vivir duele, pero no tanto. Y si duele tanto, es que no se está viviendo como es debido.

No me gusta quejarme por todo. Todo lo que está a mi alcance puedo cambiarlo. Y si no puedo cambiarlo puedo alejarme de ello. Y si no soy capaz de hacer ninguna de las dos cosas, nadie tiene por qué aguantarme quejándome.

No me gustan los elogios. Nunca sé si son merecidos. Tampoco sé cuando son honestos.

No me gustan demasiadas cosas, lo sé. A ti tampoco. Pero yo las digo.